Barcelona cuenta con una enorme cantidad de hoteles de todos los
precios y categorías. Muchos de ellos se remodelaron o
renovaron con motivo de los Juegos Olímpicos celebrados en
el verano de 1992, con frecuencia sin demasiado cuidado y sin
respetar las tradiciones del diseño local. Se dotó a
los vestíbulos de puertas de cristal y suelos de
mármol; los salones, los bares y las habitaciones se vieron
forzados a adoptar el estilo internacional. Hay excepciones, como
el Hotel Park, construido al estilo del organismo italiano entre
1950 y 1953 por Antoni de Morages Gallissà. En 1990, su
propio hijo se encargó de llevar a cabo una cuidadosa labor
de renovación. El bar, con su barra enlosada en color verde
y los motivos orgánicos característicos de los
años cincuenta, es al mismo tiempo un lugar de paso y de
descanso dada su situación - en el interior y, sin embargo,
prácticamente ya fuera del edificio. El Terramar, un hotel
de cuatro estrellas situado en Sitges, población
turística muy cercana a Barcelona, también conserva
su aspecto original. Francisco Marcé, arquitecto de esta
construcción aterrazada y propietario del hotel, sigue
residiendo en el ático del edificio. Bajo los
pálidos rayos del sol invernal, el hotel, uno de los
primeros establecimientos de lujo de la costa, presenta el aspecto
de un objeto extraterrestre. En la terraza, la piscina reniforme
encarna la lejana promesa de la llegada del verano. En dicha
estación, los materiales utilizados en la escalera que
conduce a las 209 habitaciones del hotel, todos ellos fríos
y de colores claros, producen una agradable sensación de
frescura a los turistas que deciden refugiarse del calor. Dicha
escalera contrasta con la opulencia del bar. Delante de él
se han colocado sillones bajos de mullido cuero sobre la moqueta
roja. Dispuestas entorno a la curva trazada por la balaustrada que
une el bar y el ventanal, encontramos pequeñas mesas y
sillas rojas cuyas largas patas descansan sobre el suelo de
mármol negro.
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